Muchos son los motivos que pueden abocar un proyecto al fracaso. En ocasiones, desde el inicio ya se atisba el abismo que supone enfrentarse a un alcance poco claro, con un presupuesto y cronograma prefijados y la temprana demanda de entregables por parte de nuestro cliente. Por otra parte, la cultura empresarial, la resistencia al cambio o simplemente el desconocimiento de nuevas metodologías de gestión de proyectos nos puede llevar a abordar el proyecto de forma errónea desde su inicio. Estos síntomas son los que deberían hacernos reflexionar sobre si el enfoque tradicional es el adecuado para el proyecto que vamos a acometer.
Actualmente, la fuerte competencia de la industria y la incertidumbre del mercado, motivadas principalmente por la globalización y el impulso de las nuevas tecnologías, desemboca en que muchos proyectos naveguen en el “caos” en la búsqueda de ese producto o servicio único que se adapte a las necesidades del cliente, que pueden variar durante el transcurso del mismo.
En ese ámbito de aplicación es donde la gestión ágil alcanza su mayor exponente: proyectos cambiantes, que requieren de alta capacitación y en los que la gestión del conocimiento “know-how” entre los miembros del equipo es vital para su éxito. Ante tal necesidad, comenzaron a aflorar distintas metodologías ágiles, inicialmente orientadas a proyectos de desarrollo de software, y que posteriormente se han ido propagando a otras industrias, tales como banca, salud o educación, con excelentes resultados.
Cada metodología ágil justifica la razón de su existencia. Algunas, como Scrum, se enfocan en la creación de valor y la frecuente retroalimentación, mientras otras promueven un conjunto de buenas prácticas (XP) o están concebidas para eliminar ineficiencias en los procesos, como Lean o Kanban. Sin embargo, todas ellas están alineadas con los valores y principios que propugna el manifiesto ágil.
“Quiero hacer un proyecto ágil. ¿Por dónde empiezo?”
Si estás involucrado en actividades de gestión de proyectos o trabajas en equipos de proyecto, lo que has leído anteriormente te resultará más que familiar. Es posible que incluso ya tengas formación en gestión de proyectos o poseas la certificación PMP®, pero en más de una ocasión te habrás planteado la posibilidad de utilizar un enfoque ágil en alguno de tus proyectos.
Un punto de partida recomendable es certificarte como practicante ágil. La certificación PMI-ACP® está dirigida a todos aquellos profesionales (directores de proyecto, clientes, patrocinadores, desarrolladores, etc.) que desean acreditar su versatilidad a través del dominio de las herramientas y técnicas ágiles.
Esta certificación del Project Management Institute, está basada en 11 publicaciones de referencia, cuyos autores participaron en la redacción del manifiesto ágil. No es necesario estudiar todas las publicaciones para el examen. Actualmente existen recursos que resumen todas ellas y permiten reducir tu tiempo de preparación.
Una de las principales ventajas de esta certificación es el conocimiento de las metodologías ágiles más utilizadas hoy en día (Scrum, XP, Lean, Kanban) desde un punto de vista global y no sesgado. De esta manera, podrás tener una visión a más alto nivel sobre qué metodología/s pueden ser requeridas en tus proyectos futuros, en función de las restricciones y necesidades de los mismos.
Otro aspecto importante de ser PMI-ACP®, es que al estar bajo el paraguas del PMI, la credibilidad de la certificación es más que notable, al estar sometida no solo a un examen del estilo PMP®, sino a un proceso de certificación en el que se han de acreditar 2000 horas de experiencia en gestión de proyectos.
A partir de este punto, un segundo paso podría ser la especialización en alguna metodología concreta, CSM® o similares, pero para ello es necesario conocer qué metodología es la que mejor se ajusta a tu tipo de proyecto, algo en lo que PMI-ACP® te puede ayudar enormemente.
Elaborado por: Pablo Ríos Montaño PMP® PMI-ACP®